Al morir el ser humano, el alma deja el cuerpo que le sirvió de vestido para manifestarse en el mundo físico y debe dirigirse al Mundo Espiritual, que es a donde le corresponde estar. Todos sin distinción tienen que regresar a él, pues es allí la verdadera vida, ya que la que vivimos en la Tierra no es más que una de tantas experiencias en el largo camino de la evolución. No obstante, algunas almas no se dirigen de inmediato a la Luz por estar aferradas a los intereses y pensamientos que tenían en el momento de la muerte.
Cuando decidimos incursionar en el mundo dual, del olvido de nuestro verdadero Ser, nos cubrimos de miedo al creernos separados de nuestros semejantes y de Dios, lo que da lugar al Ego. Es el Ego el responsable de lo que se entiende por maldad, porque al tratar de cubrir ese miedo desarrollamos una serie de comportamientos dirigidos a sentirnos más seguros, como son: la necesidad de sobresalir, de ser aceptados y reconocidos, de posesiones materiales y sobre todo de controlar. En un principio cualquier método es bueno para obtener esto, lo que provoca todo tipo de acciones negativas, pero poco a poco, mediante las diferentes vivencias en las que no obtenemos la plenitud deseada con ninguno de esos comportamientos, vamos eliminando el Ego separatista para regresar a la conciencia de unidad y terminar así con las diferentes vidas en el mundo físico. Pero mientras esto sucede, cada vez que venimos a él nos involucramos con lo que este mundo ofrece.
En el momento de la muerte física, generalmente, si el individuo no se apega a lo que dejó, ve la luz que emana del Mundo Espiritual que lo atrae y lo lleva al plano que le pertenece según su estado de conciencia. Sin embargo hay varias razones por las que los espíritus se quedan en ese limbo denominado el Bajo Astral, que no es ni el mundo material ni el espiritual. Son sus pensamientos los que los atan a ese plano y les impiden ver la luz que brilla para todos, “buenos” y “malos”.
El apego a lo que dejaron sobre la Tierra, a los seres queridos, a los bienes materiales, al poder, es una de las razones que les impiden elevarse a esferas superiores. Algunos que ni siquiera se han percatado de que están muertos, se desesperan porque nadie los ve ni los oye y no saben a dónde ir. Otros, a pesar de darse cuenta de que han fallecido, se niegan a moverse de donde están, ya sea por culpa, por miedo al castigo que creen merecer o por rebeldía ante el suceso de su muerte. También se encuentran en la oscuridad los que estando envueltos en soberbia, niegan la existencia de un Ser Supremo y un poder superior a ellos.
Entre las múltiples experiencias que he tenido ayudando a aquellos que están atorados en el Bajo Astral, el siguiente ejemplo nos muestra el caso de un alma que estaba fuertemente apegada al control y a las posesiones materiales, lo que le impedía ver la Luz. Me llamaron en una casa donde había todo tipo de manifestaciones paranormales. Se trataba del alma del antiguo dueño de la casa que se encontraba atrapado por sus pensamientos de apego y control, que me dijo lo siguiente:
– Necesito que les digas a mis familiares que hicieron un error garrafal al vender esta casa. Yo se los dije mil veces pero no me hicieron caso. Su patrimonio se convirtió en cero y ahora no saben qué hacer. Sí, soy su padre y quisiera que esta casa volviera a ellos y por eso no me voy de aquí hasta que los nuevos dueños se aburran y la dejen. Entonces mi familia volverá a comprarla porque yo los estoy ayudando a obtener el dinero.
Después de convencerlo de que ya no le tocaba estar allí, encontró al fin la Luz.
– Me voy al Paraíso, no puede tratarse de otra cosa, aunque no lo merezco, pero hay un tal amor que emana de esa luz que todo lo limpia y perdona.
En una ocasión, una familia me pidió ayuda porque su bebé lloraba constantemente durante la noche. Mis guías me dijeron: ”Allí se encuentra una mujer que murió sin descendencia y con la obsesión de ser madre; al ver al bebé, lo siente como si fuera suyo y por eso está con él, sobre todo en la noche, en la que suele cargarlo cuando su cuerpo astral se separa del físico. Por esa razón el niño llora”. A continuación, la traté de convencer de que dejará ese lugar y al niño que no le pertenecía, porque ella se encontraba en un plano diferente al material y ahora le correspondía ir a una vida llena de amor y armonía.
– ¿Quién eres tú para decirme lo que tengo que hacer? Aquí encontré a mi hijo y no pienso dejarlo. El verdadero problema que siempre he tenido es mi rebeldía. Nunca quise hacer lo que me decían para poderme embarazar y el tiempo se acabó. Me dices cosas que no creo. No hay más vida que le que dejé. Es cierto que no soy feliz, pero dónde puedo serlo si nunca fui capaz de tener un hijo, que era toda mi ilusión.
Finalmente, desapegándose de su obsesión, logró acceder al Mundo Espiritual.
Cuando la muerte es súbita, muchas veces los individuos no se dan cuenta de que murieron y se encuentran completamente desorientados. Este es el caso de una mujer que fue secuestrada y después asesinada.
– No sé quién eres pero oí voces que me trajeron hasta aquí y veo que me escuchas. No sé qué me pasó, después de que me secuestraron me tuvieron en una casa de seguridad en unas condiciones infrahumanas. Me pidieron todas las indicaciones para comunicarse con mi familia y solicitar el rescate. Parece ser que lo obtuvieron pero no se atrevieron a entregarme porque yo los había visto bien y oído sus voces. Decidieron que más valía hacerme desaparecer y de pronto entraron al cuarto donde me tenían, me hicieron levantarme y estando de pie me desmayé y ahora no sé dónde estoy. Me pregunto si estoy muerta o me llevaron a un calabozo para desaparecerme.
La convencí de que estaba muerta y que ahora debía ir al mundo espiritual, lo que la liberó.
La culpa es otro obstáculo que les impide a los espíritus ir a donde les pertenece. Esta situación se encuentra muy a menudo entre los suicidas, como el caso que sigue a continuación.
– Lo que hice fue una soberana idiotez, estaba en un estado de depresión que trataba de esconder, pero que me ahogaba. No encontraba el sentido de la vida, me atarantaba con amistades y jolgorios, pero en el fondo sentía una soledad aterradora. Me culpo de haber hecho esa acción que provocó tanto dolor a mi familia pues creyendo que acababa con mi horrible vida, me doy cuenta de que no acabé con nada y que ahora me siento peor todavía y sin remedio. Pido perdón por lo que hice y porque no busqué de manera eficiente solución a mi problema de depresión. ¿Por qué estaba deprimido? No lo sé a ciencia cierta, sólo encontraba que nada me satisfacía, teniendo todo lo que normalmente se necesita para ser feliz. Ahora me doy cuenta de que no había una verdadera razón para ello, pero había algo en el fondo de mí que me producía una insatisfacción profunda.
Pido perdón a todos a los que hice sufrir con mi acción insensata. Por favor diles que me arrepiento hasta lo más profundo.
Le contesté que el castigo no existe, sólo el amor y la misericordia infinitos de Dios. Lo único que tenía que hacer es pedir ir a la Luz.
– ¿Qué me dices? ¿Cuál luz? Sólo hay oscuridad en este lugar, además no merezco ir a la Luz después de lo que hice. No puedo pedir una luz que no es para mí, mientras esté vivo seguiré aquí en castigo por lo que hice. Muchas gracias por tus buenas intenciones pero sigo sin creer en esa luz maravillosa de la que me hablas, y si existe, no es para mí.
Le insistí en la inexistencia del castigo, en que solicitara la luz que lo liberaría y lo llevaría a donde debía estar.
– Pido ver la luz que no merezco y salir de la oscuridad…es cierto, ya se abrió una puerta de donde emana una luz incandescente que no quema ni deslumbra. Me atrae con fuerza irresistible y es, como dices, llena de amor y de perdón, se siente tal felicidad que no hay palabras para describirlo… Me voy al Cielo porque no creo que se trate de otra cosa. Ahora comienzo a comprender muchas cosas, aún el motivo de mi depresión que era por la falta total de espiritualidad; creía encontrar la plenitud de la vida en cosas materiales, pero en el fondo lo que buscaba era a Dios. Aquí se siente su amor y su existencia de una manera indiscutible.
Cuando las personas se rebelan ante su muerte les es difícil cambiar sus pensamientos de inconformidad ante el destino. Una mujer joven que murió después de una enfermedad larga y dolorosa, no podía resignarse ante lo inevitable y llena de enojo me habló así:
– Nunca creí en tus ideas tontas y ahora menos que nunca pues me encuentro con que perdí mi cuerpo pero sigo viva. No entiendo por qué me quitaron una vida que me encantaba, por qué hay tantas injusticias, porque lo que me pasó es injusto y no quiero oír idioteces como que Dios da las penas para después premiarte ¿A dónde está el premio? Esto es horrible, ya no tengo dolor físico pero estoy en la nada, lejos de mi familia y de mi marido, no entiendo qué es esto, sólo una enorme injusticia.
– La única manera de salir de esa oscuridad helada en la que te encuentras es cambiar tus pensamientos de rebeldía y solicitar ir a la Luz, que es donde te corresponde estar, en un mundo lleno de paz y felicidad – le contesté
– No creo que sea más feliz de lo que fui, pero haré lo que dices a ver qué pasa. Veo ya una puerta de donde sale una luz muy intensa, me acerco y me cubre con un bienestar inmenso, se experimenta amor, compresión, felicidad, es cierto. Sé que fui muy soberbia al no aceptar que ya me tocaba irme y me arrepiento porque esto es maravilloso. Negué a Dios y a su gloria y ahora veo que sí existen, me enterqué en seguir con vida cuando ya no me tocaba…me doy cuenta de tantas cosas, de mis errores al no aceptar mi destino, pero si supiéramos la existencia de esta maravilla no nos agarraríamos a la vida física como lo hacemos.
– Negué todo, desde la existencia de Dios hasta la vida después de la muerte y por eso tenía tanto miedo de ya no existir ¡Qué necia fui! Me doy cuenta ahora de cuánto perdí al no acercarme a la espiritualidad pues no hubiera sufrido como sufrí.
Estos ejemplos nos muestran cómo nuestra mente no sólo rige nuestra vida pero también la muerte. Ésta puede ser tan feliz o dolorosa según la dirección de nuestros pensamientos. Si ellos son de aceptación, desapego a lo que se queda y deseo de ir a Dios, la transición será muy fácil y liberadora, pero si hay apego, deseo de venganza, rebeldía, culpa, soberbia, nos quedaremos atrapados en un plano en el que ya no nos toca estar.